“En realidad no le importaba la muerte, sino la vida, y por eso la sensación que experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación de miedo sino de nostalgia”. – Gabriel García Márquez “Cien años de soledad”.
El secreto mejor guardado de los melómanos y audiófilos españoles va, irremediablemente, unido a la vida de una mujer.
No es un secreto que sea compartido y, posiblemente siga siendo un secreto, en mayor o menor medida, por que es una realidad que exige, a quienes la han percibido, la capacidad de hacerlo. Se trata de un “secreto del arte”. Es el tipo de información que solo se transmite en una mirada, un gesto. Nunca con palabras. ¿Cuántos se habrán situado frente a esta realidad y no han sabido comprenderla?
Al igual que muchos descubrimientos importantes, este ocurrió gracias a un pequeño accidente o, cuando menos, a un cúmulo de circunstancias que permitieron su apreciación. Así es como se encuentra lo que no se busca.
Christophe, un fanático consumado de la música, había llegado a casa hacía tan solo un momento. Era el día que se entregaba el correo. Cruzó la puerta con varios pequeños paquetes y alguna caja más voluminosa entre los brazos. Ansioso, se situó en la mesa del comedor, donde abrió una caja de cartón grueso que albergaba, en su interior, su más reciente tesoro.
Había comprado, hacía escasamente una semana y por capricho, una edición española de Led Zeppelin III por medio de una página web. Había elegido ese disco por ser uno de sus favoritos del grupo británico y quería que dicha edición, cuyos títulos estaban traducidos al castellano, acompañara al resto de su colección. Al colocarla junto a sus ediciones de Francia, Italia y Reino Unido, la curiosidad le asaltó. ¿Qué tan mal podría sonar esta edición española? En realidad solo la había comprado por tener los títulos de las canciones en dicho idioma. No había pensado en escuchar el disco.
Cuando sacó del su carpeta el vinilo, notó su lustrosa superficie, la cual reflejaba la luz de la habitación de forma hipnótica. Dispuso sobre la mesa el recipiente de aquel líquido gelatinoso color verde, mismo que utilizaba para limpiar todos sus discos antes de escucharlos. Tomó el disco y aplicó el producto cuidadosamente pero con gran habilidad y rapidez. Había realizado esta tarea tal vez cientos de veces ya.
Christophe esperó pacientemente a que la emulsión secara y endureciera un poco para retirarla, llevándose con ella toda suciedad e imperfección que pudiera contaminar los delicados surcos de la superficie del brillante elepé. Giró el disco y repitió el proceso. Nuevamente esperó.
No fue sino hasta que estuvo satisfecho con una minuciosa inspección visual tras dicha operación que llevó el disco a su reproductor y, como si de un ancestral ritual se tratase, lo colocó sobre el plato, encendió el motor y acercó la aguja a la superficie del disco. La música comenzó a sonar.
Un realismo inusitado le asaltó. El dinamismo y tridimensionalidad de la música le sorprendieron. No podía creer lo que escuchaba. Se sumergió por completo en la música y no salió del transe hasta que el silencioso andar de la aguja en la superficie lisa del centro del disco le liberó.
Giró el disco y escuchó la otra cara. El impacto fue el mismo. El asombro y la fascinación le inundaron. ¿Quién era el responsable de hacer que esta música sonara de manera tan colosal? Ciertamente había una diferencia con las otras ediciones del mismo disco que había escuchado tantas veces antes.
Intentó repetir la experiencia con otro álbum. Conectó el ordenador y buscó Led Zeppelin IV. Encontró otra edición española del mismo y la compró al momento.
Algunos días después se repitió la escena. La caja de cartón entregada por el cartero. El gel color verde. El ritual de acelerar el plato a 33.3 revoluciones por minuto y colocar la fina aguja en el borde del mismo. Nuevamente las sensaciones inundaron su sala. Hsbía reproducido, exitosamente, el experimento. El sonido era poderoso e incandescente. La música desprendía energía.
Determinado a encontrar la fuente de la que emanaba dicho fenómeno, buscó nuevamente en la red una edición española. Esta vez de Led Zeppelin II. Uno de sus discos favoritos. Fue al preguntar al vendedor si le podía ampliar información sobre la edición que este mencionó un par de pequeñas emes en el centro del disco, justo donde se ubican los datos de la versión del "corte" utilizado.
Christophe las reconoció al instante. Eran los mismos extraños pictogramas que decoraban el deadwax de los discos que había adquirido anteriormente. Una duda asaltó su mente. ¿Qué secreto entrañaban aquellos símbolos?
Continuará...
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